Septiembre de 2019

Septiembre de 2019

 

Por Juan Antonio Travieso

 

Hoy, en un mundo globalizado e hiperconectado –dentro de una engañosa forma de comunidad–, la escala humana esencial está amenazada.

 

La escala humana es vital. Es una unidad de medida que se alimenta de la subjetividad para establecer los lazos sociales, reforzarlos, proyectarlos e imaginar un futuro entre todos, porque supone el reconocimiento del paso del tiempo: distingue pasado del presente, y presente del futuro. Preservar esa unidad social, es fundamental para recuperar la posibilidad de pensar políticamente en un mundo como el actual, que se pretende como el único posible, y en el que grandes avances conviven con crecientes desigualdades.

 

A pesar de la realidad dramática expuesta, un periodista del New York Times, afirmó que el 2017 fue el mejor año de toda la historia de la humanidad, porque un menor porcentaje de la población mundial, vivió el hambre, la pobreza o el analfabetismo. Murieron menos niños que antes y también disminuyó el porcentaje de personas afectadas por la lepra, cegadas por el tracoma o por otras enfermedades.

 

Quien se muestra pesimista respecto del futuro es el historiador Yuval Harari, que alcanzó fama internacional con la publicación de “Sapiens”. En su último libro, “21 lecciones para el siglo XXI”, remarca que las armas nucleares, el cambio climático y la disrupción tecnológica son problemas globales que los gobiernos no pueden solucionar. En el ámbito tecnológico, Harari advierte el riesgo de que los beneficios de la inteligencia artificial y la edición genética lleven a sociedades divididas entre quienes tienen acceso a estas tecnologías y quienes no, con desigualdades notorias.

 

En la otra vereda, hay optimismo en las ideas de Kai-Fu Lee, líder global en inteligencia artificial y su principal referente en China. Para él, con la automatización del empleo entrará en crisis el trabajo como elemento fundacional de nuestra identidad.

 

Kai-Fu Lee, en su libro “AI Superpowers. China, Silicon Valley, and the New World Order”, ve en la Inteligencia artificial una oportunidad para que las sociedades encaren un cambio cultural profundo. Liberados de tareas rutinarias, podremos hacer introspección y analizar quiénes somos, diferentes a las máquinas que no pueden ser empáticas ni creativas. Es evidente, que por el momento no podemos recurrir a un robot para que nos comprenda. En esa diferencia hallamos una definición más plena de nuestra identidad y del camino que deberían tomar nuestras sociedades. En un mundo sin trabajo, harán falta políticas públicas que den prestigio y remuneración a otros empleos y actividades, tareas que las máquinas no pueden hacer. Esa es la realidad mundial desde distintos puntos de vista.

 

En este momento, mientras estamos revisando la base conceptual de este editorial, en el New York Times del 6 de septiembre de 2019, se presenta una foto estremecedora con los bomberos atacando el fuego de Amazonia, con un mapa de los incendios en rojo detectados en el último año en todo el planeta (agosto 2018-agosto 2019). Increíblemente, todo el mundo luce de color rojo con incendios aquí y allá.

 

Esa es la razón por la que a veces los juristas parecemos intelectuales burocratizados, alejados de la realidad que nos conmueve.

 

La idea que atraviesa nuestro cerebro es la necesidad impostergable que el derecho se haga cargo de lo que hay que hacer en pos de la lucha contra el cambio climático y otros combates contemporáneos.

 

No ignoramos que es un grito en la soledad, porque el derecho es culpable, aunque no imputable. La responsabilidad es de la dirigencia política mundial y desde este espacio pretendemos que el derecho se ponga en acción.

 

 

Citar: elDial.com - CC5CCD

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